jueves, enero 04, 2007

Breve historia de mi vida. Capítulos 3 y 4

Capítulo 3. Purgatorio.
Después de salir de aquél pozo de moho que era la trastienda, no sabía que me iba a esperar al otro lado. Nada podía ser peor que mi antiguo "hogar", pero eso no significaba que el sitio al que iba fuese a ser mucho mejor. Sin embargo, por primera vez en mi, hasta entonces, penosa vida, la suerte se puso de mi lado. Fui a parar a una jaula amplia en la que compartía cama y comida con otros tres hamsters que no me molestaban demasiado. No me preocupé por saber sus nombres, ni ellos por saber el mío. Por cierto, creo que no he dicho cuál era mi nombre hasta que mi actual dueño me rebautizó. Mejor, prefiero guardarlo en secreto.
La jaula estaba pegando al cristal del escaparate, lo que servía para romper la monotonía de la vista de la tienda. De vez en cuando algún niño humano de manos pegajosas se nos quedaba mirando embobado, como quien ve por primera vez una foto de Monica Belucci desnuda. El germen de la zoofilia, señoras y señores. Si quieren que su hijo no sea un rarito cuando crezca, arránquele de los escaparates cuando se quede mirando a un pobre cachorrito que no sabe en qué está pensando su hijo. Era entretenido molestar al papagayo que teníamos a un metro más o menos de nuestra jaula. Desarrollé una prodigiosa puntería tirándole pipas a los ojos, cosa que le sacaba de sus casillas. Metía tanta bulla que la de la tienda acabo le rebajó el precio. Un día su jaula desapareció. La dueña y el papagayo descansaron tranquilos. El único perjudicado fui yo, que me quedé sin diana.
Capítulo 4. Él.
Su mano estaba fría, lo que le daba un toque aún más enfermizo. Mientras me sacaba y me metía en una jaula distinta, nueva, él no me quitaba los ojos de encima. Pagó, no recuerdo cuánto. En la calle no hacía demasiado frío, pero yo decidí no salir de mi casa, que estaba vacía. Ni un triste papel para hacerme un nido. Aquello no me gustaba. Por primera vez, tuve miedo.
Pronto mi jaula empezó a llenarse de cosas. Se oían unas tijeras cortar cartón. Una macetita adornaba la pared de mi jaula. Cinta aislante desenrrollándose. Una mosca de papel de aluminio colgaba de un barrote del techo. Plástico rompiéndose. Palos y piedras en el suelo. Me saca de mi casa y me mete en una caja de zapatos. Busco una salida, nervioso. Hay un tubo, un túnel oscuro. Entro y me quedo quieto, luego mi curiosidad me obliga a moverme. El tubo se acaba y aparece una encrucijada ante mí. Tres caminos distintos, huele dulce y a patatas fritas. Veo lo que hay al otro lado y la luz me ciega. Decido volver sobre mis pasos y salgo a la caja de cartón. Quiero volver a mi jaula, no me gusta aquello. Aparece su mano, abierta justo delante de mí. Subo. Tiene la mano caliente, y me lleva a casa.

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