Pasaron los años y Dave y sus compañeros crecieron. En plena adolescencia, cuando los jóvenes empezaron a descubrir cosas nuevas, Dave se dio cuenta de que sus amigos empezaban a tomar caminos fatales. Hasta entonces, aunque la atención que le habían prestado a Dave fuera escasa, habían seguido el camino que él consideraba correcto, según sus ensañanzas religiosas. Pero ahora, en plena ebullición adolescente, veía como algunos de sus compañeros de juegos comenzaban a fijarse en las chicas, a pelearse entre ellos e incluso fumar a escondidas. Dave no podía tolerarlo. Un día, en el recreo, enfurecido por la decadencia de sus amigos, fue donde ellos y les sermoneó sobre los peligros del tabaco, de la mala vida y de la senda del ángel caído. Ellos no hicieron otra cosa que reírse de sus palabras, cosa que le irritó hasta hacerle perder los estribos. En un arrebato nada habitual en él, arreó un sopapo a un amigo, arrojando se cigarrillo al suelo. Éste se abalanzó sobre Dave y comenzaron a pelear. Toleraban los sermones moralistas del aprendiz de cura, pero aquella vez se había pasado de la raya. Había intentado imponerles sus valores. Entre todos, propinaron una pequeña paliza a Dave, que, acurrucado en el suelo, maldecía impotente las almas de sus amigos.
Dave no se rindió. Si sus amigos no querían salvar sus almas, impediría al menos que perturbasen las de otros muchachos. Tomó una decisión a los 15 años. Hoy, 30 años después, tiene tras de sí una larga carrera de lucha contra la suciedad de espíritu. Él es...
FIGHTING FATHER DAVE