Hoy me apetece escribir. Mucho. Más de quince líneas, no sé por qué. Así que voy a dedicar este post, y uno o dos más de aquí en adelante, a contaros la historia de mi vida. La breve historia de mi vida.
Capítulo 1. El mundo está seco y borroso.
De repente tuve mucho frío. No un frío punzante como el que se siente en las manos cuando te pasas toda la tarde tirando bolas de nieve sin guantes. Aquel frío fue como un mazazo. Estás en el sofá y alguien abre la ventana del salón en pleno enero. El aire helado llega y se mete debajo de la manta contigo. Ese tipo de frío, sólo que sin manta, ni sofá, ni mes de enero. Era abril de 2006. En abril no hace frío, frío propiamente dicho. Y menos en una tienda de animales, un espacio cerrado lleno de bichos de sangre caliente e iguanas que algún día serán compradas por sabe Dios qué tipo de friki. Si tuve frío debió ser por contraste. Y de ahí se deduce inequívocamente que me acababan de parir. Esto lo sé ahora, porque por aquel entonces no estaba en situación de ponerme a sacar conclusiones. Me moría de frío y no podía respirar. Lo que estoy haciendo ahora es como deducir lo que pasó cuando se creó el Universo, el Big Bang de mi vida.
Capítulo 1. El mundo está seco y borroso.
De repente tuve mucho frío. No un frío punzante como el que se siente en las manos cuando te pasas toda la tarde tirando bolas de nieve sin guantes. Aquel frío fue como un mazazo. Estás en el sofá y alguien abre la ventana del salón en pleno enero. El aire helado llega y se mete debajo de la manta contigo. Ese tipo de frío, sólo que sin manta, ni sofá, ni mes de enero. Era abril de 2006. En abril no hace frío, frío propiamente dicho. Y menos en una tienda de animales, un espacio cerrado lleno de bichos de sangre caliente e iguanas que algún día serán compradas por sabe Dios qué tipo de friki. Si tuve frío debió ser por contraste. Y de ahí se deduce inequívocamente que me acababan de parir. Esto lo sé ahora, porque por aquel entonces no estaba en situación de ponerme a sacar conclusiones. Me moría de frío y no podía respirar. Lo que estoy haciendo ahora es como deducir lo que pasó cuando se creó el Universo, el Big Bang de mi vida.
Cuando tienes 6 hermanos tu madre no te presta toda la atención que desearías recibir. Así que si te estás pudriendo cubierto de moco rosa, si no tienes pelo para abrigarte y si no puedes ver ni tus propios huevos, mala suerte. Búscate la vida.
Por suerte mi madre tenía un grave problema de obesidad, así que mis hermanos y yo podíamos refugiarnos entre sus lorzas mantecosas. Sin embargo, la confortable gordura de mi madre tenía inconvenientes. Encontrar un pezón entre una masa de pelos y michelines no es tarea fácil para un hamster neonato. Ya comenté en un post anterior que mí padre sufría ataques violentos de diarrea. La mierda salía disparada con una potencia inimaginable en un hamster, por muy grande que fuera éste, y mi padre lo era. Al cabo de dos o tres días empecé a plantearme seriamente la opción del suicidio. La peste en aquella jaula asquerosa era insoportable, estaba harto de tragarme una bola de pelos cada vez que mamaba de las tetas obesas de mi madre y no había absolutamente nada que hacer allí encerrado. Uno de mis hermanos tomó la decisión más inteligente y, al ver a mi padre hacer esfuerzos, se colocó detrás de él, en la mismísima trayectoria de los proyectiles de mierda semilíquida. Aunque hubiese sobrevivido al impacto -era obvio que no: le explotó la cabeza- habría muerto al poco tiempo por algún tipo de infección masiva.
El cadáver decapitado de mi hermanito estuvo con nosotros dos días, creo recordar. Después alguien de la tienda se dignó a limpiar la jaula. Supongo que el mismo que limpió nuestra jaula se llevó a mi padre, porque no le volví a ver desde aquel día. Utilizo el verbo ver con poco rigor, porque ver, lo que es ver, yo no veía una puta mierda. Seguía ciego, aunque ya había empezado a experimentar los primeros cambios propios de preadolescencia: me salieron los primeros dientes, empecé a cubrirme de pelo y me crecieron unas diminutas garras. El caso es que a mi padre se lo llevaron, no sé si para ajusticiarlo -razones les sobraban- o para llevarlo a algún otro lugar. Entonces me di cuenta. Si por alguna incomprensible razón a mi padre no lo habían matado, es que existía otro lugar al que ir. Esa jaula no era el comienzo ni el fin del mundo. Había algo más allá de la trastienda de aquella infecta tienda de mascotas. Aunque no tuviera la certeza de que, en efecto, existiese algo mejor que mi mierda de jaula no tenía nada que perder. Así que me lo jugué todo a una carta y me dediqué a luchar por salir de aquel ponzoñoso agujero. Si estáis leyendo esto es porque lo logré. Pero cómo lo logré, queridos amigos, es otra historia.
2 comentarios:
queremos mas queremos mas
lola
Tendréis más. Y pronto.
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