En el primer capítulo de "Breve historia de mi vida" conté cómo fueron mis primeros días de vida en la trastienda de Unicornio Azul, la tienda de mascotas donde me crié y fui comprado. La historia concluía de la siguiente forma: entre la recién descubierta posibilidad de escapar de aquella sucia trastienda y morir de asco sólo se interponían mis cinco hermanos -recordad que uno se había suicidado-.
Capítulo 2. El precio del poder. Parte 1.
Tal y como yo veía las cosas, mis hermanos eran competidores directos para conseguir un sitio en ese "otro lugar". Ahora, con perspectiva, creo que fue el instinto asesino lo que guió mis actos y no un juicio racional. ¿Por qué iban a criar a 6 hamsters en una tienda de animales y poner a la venta sólo a uno o dos? No me malinterpretéis, ahora veo que lo que hice no era necesario desde un punto de vista práctico, pero eso no significa que mis hermanos no merecieran morir ni que yo me arrepienta de ello. Que no se os olvide quién escribe esto.
Trazar el plan fue más difícil que ejecutarlo. A mi madre la iba a dejar vivir, porque consideraba que para ellos, los de la tienda, no era más que una máquina de hacer hamsters y por tanto no tenía sentido venderla. Cinco hermanos, cinco objetivos. Tenía que lidiar con una cuestión importante: si los de la tienda se daban cuenta de que habían muerto asesinados por mí, podían no ponerme a la venta por ser agresivo o tener la rabia o alguna otra estúpida razón. Así que tenían que ser asesinatos bien calculados. Que pareciesen accidentes. Cosa Nostra style.
Para mi primera acción criminal elegí como víctimas a mi hermano más corpulento y al más enclenque. El plan era fácil: matar a uno y hacer que todo apuntase a que había sido el otro el asesino. Lógicamente, la víctima sería el enclenque y el asesino el corpulento. Manos a la obra. Una mañana, mientras todos dormían, me acerqué a Enclenque (mis hermanos no tenían nombre), que solía dormir solo en un rincón húmedo. Sí, era rarito. Creo que gay. Tenía pensado degollarle, para que hubiese mucha sangre y poder manchar con ella a Corpulento. El problema es que en las jaulas de hamster no suele haber muchos objetos cortantes o punzantes, por lo que rebanar un cuello puede ser... aparatoso. Tuve que hacerlo con los dientes. Al primer bocado, se despertó y empezó a chillar. Al segundo ya no chillaba, pero la sangre que se le empezaba a encharcar en la garganta burbujeaba y producía un sonido desagradable. Como usar un desatascador en una palangana llena de cartón mojado, por ejemplo. Al tercero dejó de respirar. Mierda, estaba todo lleno de sangre. Algo que no había pensado era cómo manchar a Corpulento de sangre. La idea era que se despertase manchado, lo que limitaba mis opciones. Si él no podía ir a la sangre, la sangre iría a él.
Los hamsters tenemos unas bolsas dentro de la boca que se llaman abazones y que sirven para transportar comida. Comida o sangre de tu hermano al que acabas de degollar, lo mismo da. Así que me tragué toda la sangre que pude y bajé a la caseta donde dormían Corpulento, mi madre y mis otros 3 hermanos. Para no despertarle, dejé caer con delicadeza un chorrito de sangre -que se estaba empezando a coagular- por su cabeza. Luego me lavé en el bebedero y me fui a dormir.
Cuando me desperté, ya entrada la noche, Enclenque y Corpulento no estaban, así que supuse que el plan había funcionado. Dos menos. Quedaban otros dos. Pero esto ya es demasiado largo, así que seguiré otro día.
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